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Estos días he estado callada. Estoy de duelo.

Mi madre murió de forma repentina, el domingo que cerraba las fiestas de Navidad. Salió a pasear y no volvió. Los médicos de urgencias del Vall d’Hebron, para los que carezco de palabras de alabanza, nos dieron la oportunidad de despedirnos estando en coma, durante más de cuatro horas. Cuatro horas que también terminaron.

Y ahora, a los 54 años, me he convertido en huérfana.

La huella de las madres

Si algo he aprendido como coach es la importancia de la relación con nuestros padres; y, en particular, con nuestra madre.

Cómo pasamos nuestra vida en una larga reacción al amor, o a la falta de amor, que hemos recibido.

Cómo, por imitación o por oposición, marcan cómo enfrentamos la vida, dentro y fuera de casa. Y, sobre todo, cómo enfrentamos nuestra propia maternidad.

Y todo ello, de manera inconsciente, hasta que nos encontramos con que nuestra zona de confort, nuestra manera de vivir, es tan dolorosa o desagradable que iniciamos un proceso de cambio: buscamos respuestas en una psicoterapia, en una religión, en la espiritualidad, o en un proceso de coaching.

Y entonces es cuando podemos tomar conciencia de la impronta de nuestros padres.

Pero no podemos enfadarnos, pues… ellos también son el resultado de la impronta de la historia de su familia. Y así, podemos ir atrás, de generación en generación…

Así nos ha pasado a mi madre ya mí, y así probablemente os habrá pasado a vosotras.

Sólo queda el amor

Cuando estuve con mi madre inconsciente, en esas cuatro horas, vi la fragilidad de una mujer que había hecho de ser fuerte e independiente el eje de su vida. Y en aquellos momentos, todos los rencores que yo podía tener como hija, se desvanecieron… Sólo quedaba espacio para el amor, para darle besos, para mimarla… y para hablar con mi padre y las mis hermanas, compartiendo el dolor.

Y ese es el espacio donde quiero quedarme, en el del amor por quien me dio la vida y que me amó tal y como sabía hacerlo, y tal y como le permití hacerlo.

Amando a mi madre incondicionalmente, también pude perdonarme incondicionalmente.

A medida que pasan los días, con la añoranza también vienen los recuerdos. Unos recuerdos que no siempre son placenteros. Pero, ¿sabéis? Yo no quiero moverme de ese espacio de amor y de perdón. Un espacio que considero como el regalo que me ha dejado para paliar y transmutar el dolor de no verla nunca más entre nosotros.

Un espacio que me permite conectar con lo mejor de ella y lo mejor de mí y salir adelante en esta parte de mi vida que apenas iniciamos en nuestra familia.

Gracias a todas y todos por estar aquí, por ser parte de este camino.


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Anna Rosa Martínez

hola@demareamarecoaching.com

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Categorías: Aceptación

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